Eran las 10 con 47 minutos de la mañana cuando mi mareo a causa de la anestesia se esfumó por un instante. Un llanto me paralizó.
Era ella, Weil, en su primer encuentro con el mundo fuera de mis entrañas.
Desde entonces mi pertenencia a esta comunidad diversa y contradictoria llamada maternidad ha sido un desafío constante con presiones y luchas que resuenan en mi vida cotidiana.
¿Pero, sin la lactancia, qué somos las madres en este desafío? Parece tratarse de un tabú cargado de recetas morales que la sociedad entiende como ejercicio de la “buena maternidad”, ¿o es algo más?
Se nos ha dicho que dar de lactar permite una alimentación saludable para nuestras hijas e hijos, que es la principal fuente de nutrición durante sus primeros 6 meses de vida y por esa razón la Organización Mundial de la Salud (OMS) recomienda que sea exclusiva durante este periodo y complementaria hasta los 2 años. Sin embargo, poco se habla de las experiencias de las madres lactantes.
Como señala Esther Massó (2017) “La lactancia materna es, como el ser humano, como la cultura, lógos y mythos, porque es fluido y carne y naturaleza. Es necesidad y alimento. Es nutrición y compuestos químicos, y también es leyendas y canciones, obligaciones y construcciones, política y filosofía, formas de amar y hasta de explotar. Porque naturaleza y cultura (así como mythos y lógos) no son sino ambos, dos conceptos históricamente construidos, sobrecargados diríamos, que no más tratan de explicar, de arrojar algo de luz, a la pregunta por nuestro lugar en el universo”.
En estos tiempos, cargados de incertidumbre, volatilidad y prejuicios, amamantar es también una forma de arrojar luz pues atrevernos a trabajar dando de lactar, perder la vergüenza de mostrar nuestros pechos en espacios públicos y hacer frente a las críticas cuando nos ven dando de lactar a nuestros bebés con más de dos años es también una forma de no enmarcar la maternidad con etiquetas como las de concepciones antagónicas que por un lado, ven en la maternidad una
“servidumbre agotadora” y por el otro solo como un “acto de amor hacia nuestros hijos e hijas”.
Al tratarse de un proceso íntimo y a la vez público, la lactancia es un espacio privilegiado que permite a la mujer liberarse de la carga moral y posibilita la transformación social pues la leche/mi leche no solo es un fluido vivo y biogenético que cuenta con un gran potencial nutritivo para Weil. Es aún, a los 741 días de vida con mi hija, el centro de seguridad en los viajes que emprendemos, mi aliada en la incertidumbre que genera la enfermedad y el espacio de descanso que encontramos después de una larga jornada de trabajo.
Steffi Rojas, delegada de Perú de SIC4Change junto a su hija Weil.
Dar de lactar me ha permitido hacer frente a todo lo que la sociedad intenta imponernos, pero sobre todo me ha dado un autoconocimiento mayor de mis posibilidades y limitaciones. La lactancia no reduce mi condición de mujer a ser madre, ni me obliga a llegar a ese ideal inalcanzable de ser “buena madre”. Mi teta y su leche son hasta ahora mis aliadas para seguir contribuyendo, de a pocos, con ese proceso de mirada colectiva sobre el eclipse entre ser mujer y ser madre.
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